25 ago 2011

La vendedora de fosforos

Era víspera de año nuevo y todos marchaban apresurados por las calles, llevando paquetes de golosinas bajo el brazo. La noche de invierno era fría y la nieve caía copiosamente.
Todos pasaban felices, pensando en la fiesta que iban a efectuar en sus casas. Todos, menos una pobrecita niña vendedora de fósforos, quien por desgracia, había perdido las zapatillas viejas de su mamá al correr para salvarse del atropello de un automóvil.

La nieve que cayó sobre su rubio cabello lo había ondulado graciosamente en torno a su cara. Dentro de su roto delantal, llevaba unas cuantas cajas de fósforos, que ofrecía a los que pasaban, pero éstos no le hacían ningún caso. Entonces, ella marchó sin rumbo, fijando su vista en los atrayentes escaparates llenos de cosas riquísimas. De tanto caminar se sintió muy cansada y se sentó en un tibio rincón de una calle. No podía regresar a casa, porque como no había vendido una sola caja de fósforos, tenía miedo que su padre le pegase. Además, en su casa no habría ninguna cena, y allá sentiría tanto frío como en la calle, ya que el viento se colaba por todas las rendijas.

Como las manos de la niña estaban heladas, ésta pensó que encendiendo un fósforo sentiría algo de calor. Sacó un fósforo y lo frotó sobre una piedra. ¡Riis!, se encendió la cabecita del fósforo, y a su brillante luz cambió por completo el miserable aspecto del rincón en el que se guarecía la pobre niña. La pequeña se imaginó que estaba sentada cerca de una gran estufa, y ¡qué bien se sentía el calor! Este reanimaba sus ateridos miembros; pero… se apagó la cerilla y la ilusión se acabó.

La niña sacó otra cerilla y la frotó sobre la piedra. ¡Riis!, y la luz esta vez fue tan brillante, que la pared de la casa se hizo transparente, y la niña se vio sentada, junto con otros niños que eran hijos de la familia que habitaba la casa, alrededor de una espléndida mesa que estaba llena de exquisitos manjares.

Cuando la niña se disponía a empuñar su tenedor, se apagó la segunda cerilla. La niña encendió un tercer fósforo y se vio al pie de un árbol de navidad lleno de luces; pero una ráfaga de viento apagó la cerilla y las luces del árbol ascendieron al cielo.

- Alguien se muere – pensó la niña, al ver que una estrella corría por el firmamento, pues había oído decir a su abuelita que cuando hay lluvia de estrellas, es porque éstas bajan a la tierra a llevarse el alma de quienes mueren.

Un cuarto de fósforo produjo una claridad azulada, en cuyo centro estaba su abuelita que había muerto hace tiempo. Y la dulce viejecita la miraba cariñosamente.

- Abuelita – le dijo la niña -, llévame contigo. No me dejes aquí, que me estoy muriendo de frío.

La abuela cogió a la niña en sus brazos y subió al cielo con ella. Allí ya no tendría frío y ya no sufriría…

Los asistentes a los bailes, que por la madrugada retornaban a sus casas, encontraron el cuerpo de la pequeña vendedora de fósforos, que había muerto de frío.

Su hermosa carita inocente mostraba una felicidad que nadie comprendió, porque nadie había visto las cosas que ella contempló, sólo ella, a la luz mortecina de las cerillas de fósforos.


Andersen

2 comentarios:

  1. como se llama el libro yo lo tenia y se me perdio

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  2. Hola. Veo que tienes en tu blog varios cuentos que me han recordado a mi niñez, como este por ejemplo. Pero quisiera saber como has obtenido esas imagenes y como se llama el.libro. quisiera conseguirlo. Espero tu respuesta

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