25 ago 2011

Federico y Catalina


Apenas se miraron, Federico y Catalina quedaron prendados el uno del otro. Sucedió lo que se llama “amor a primera vista”. Y, como era de esperarse, se casaron. Como se querían, se llevaban muy bien, no obstante que Federico se dio cuenta pronto que su consorte era tonta.

Tuvo necesidad él de salir al campo a trabajar, y entonces encargó a su mujer:

- Catalina: debo salir al campo. Regresaré tarde, y espero que tengas lista la cena para cuando vuelva.

Así lo prometió su mujer, y Federico partió con la azada al hombro. Al caer la tarde, Catalina se dispuso a hacer la cena. Tomó un fresco trozo de carne y lo puso al fuego para que se cocinara bien. De pronto, le asaltó un pensamiento.

- Mientras la carne termina de asarse, iré al sótano a buscar cerveza. Así ganaré tiempo, y cuando mi marido vuelva, estará todo listo en la mesa.

Tomó una jarra y bajó al sótano, donde, en un tonel, guardaban cerveza. Estaba cayendo el líquido por la cañería, cuando a Catalina le asaltó otro pensamiento:

- ¡Qué horror! – gritó -. He dejado la carne asándose y si entra el perro puede llevársela. ¡Qué diría, entonces, Federico!

Llena de temor, corrió escaleras arriba y halló que, en efecto, el perro huía con el trozo de carne en el hocico. Catalina no pudo darle alcance y, desolada y sin poder hacer nada por su comida, volvió al sótano. Aquí algo peor la esperaba: como olvidó cerrar la llave del barril, la cerveza corría por el piso, dejando vacío el depósito.

Catalina pensó arreglarlo todo echando un poco de harina al suelo para que absorbiese la cerveza. Así lo hizo, pero con tan mala suerte, que volcó la jarra con cerveza.

Catalina, ante tanta desdicha, sólo abrigaba la esperanza de que su marido, por el amor que le tenía, la disculparía.

Cuando por la noche llegó el marido, cansado y hambriento, y preguntó por su cena, Catalina suspiró, le dio un beso y le hizo el relato punto por punto.

- ¿De modo – dijo Federico – que has perdido la carne, volcaste la cerveza y has estropeado la harina?

- Pero Federico – protestó la mujer -, si hice mal, tú tienes la culpa. Debiste decirme antes lo que debía hacer.

El marido trató de serenarse. Después de todo, su mujer era una niña y él debía enseñarle a proceder. A los pocos días, deseando ser prudente, puso en un bolso unas monedas de oro ganadas en su trabajo y le dijo a Catalina:

- He puesto aquí unos botones amarillos. Voy a enterrar este bolso en el jardín para que no se pierda. Pero no te acerques nunca a ese lugar y no saques esto de allí.

Catalina así se lo prometió. Pero sucedió que, estando Federico ausente, pasaron por la casa dos pillos que vendían cacerolas y las ofrecieron a la mujer. Ella contestó que no podía comprar nada, porque su marido no le dejaba nunca dinero.

- Todo cuanto tengo – dijo – son unos botones amarillos que mi marido enterró en el jardín.

Los pícaros quisieron ver de qué se trataba. Catalina les indicó el sitio, con mucho cuidado de no acercarse, como lo había prometido, y cuando vieron que eran relucientes monedas de oro los tales “botoncitos”, guardaron el bolso para sí y partieron dejándole, en cambio, sus cacerolas.

Cuando su marido volvió, ella se las mostró. Pero él quiso saber cómo las había pagado y ella le hizo todo el relato, cuidando de destacar bien que ella no se había acercado para nada al lugar, ni había desenterrado los botones. El pobre hombre no tuvo más remedio que tirarse de los cabellos.

- Si procedí mal, tú tienes la culpa. Debiste advertírmelo antes.

Le pareció juiciosa la determinación de su mujer, y se dispuso a correr tras los pillos. Previendo una ausencia larga, Federico ordenó a su mujer que llevara pan, mantequilla y queso.

Habían caminado mucho, cuando llegaron al pie de una colina. Empezaron a subirla, pero el sendero era tan estrecho, que Catalina advirtió que los árboles de la orilla tenían trozos del tronco arrancados por los carros que pasaban. Le dio pena y para curarles untó con mantequilla los huecos de los árboles heridos. Así gastó toda la mantequilla y, ocupada en esta tarea, uno de los quesos que llevaba en su bolsillo escapó y rodó colina abajo. No pudo recuperarlo, y entonces sintió pena por el otro queso que iba a quedarse tan solo. De modo que, deseando que fuera a encontrar a su compañero, lo envió camino abajo por el sendero. Muy satisfecha de su buena acción, siguió cantando detrás de su marido.

Poco después, Federico sintió hambre y pidió comida. Ella sacó de la bolsa un trozo de pan y se lo dio.

- Dame mantequilla y queso – dijo.

Cuando Catalina le explicó todo lo que había hecho con la mantequilla y el queso, él creyó que se moría. ¿Era posible que su mujer fuera tan tonta?

- Yo no tengo la culpa, Federico. Debiste advertírmelo. Trató él de calmarse; pero, de pronto, le asaltó un pensamiento. Preguntó a su mujer si al salir había cerrado la puerta de la casa, y ella contestó que no. Federico le ordenó, entonces, que fuera a asegurarla, de paso que traía más provisiones. Obedeció la mujer y volvió a casa, donde sólo encontró nueces y vinagre. Sacó estas provisiones y al salir pensó: “El me dijo que asegurara la puerta. De modo que me la llevo”. Quitó las bisagras, cargó la puerta al hombro y volvió junto a Federico.

Cuando el marido la vio cargada con aquel peso, puso el grito en el cielo. No solamente había dejado la casa abierta, sino que aquel peso les estorbaría en el camino. Y, muy enojado dijo:

- ¡Puesto que has sido tan tonta, carga tú con la puerta!

- Está bien. Pero no será justo que lleve yo también las nueces y el vinagre. Que los lleve la puerta.

De este modo, Catalina cargó con la puerta, las nueces y el vinagre. Federico la dejó hacer pensando que algún día cambiaría su mujer. Como les llegara la noche, decidieron esperar la llegada del día subidos en un árbol.

Estaban por dormirse, cuando sintieron voces debajo del árbol. Miraron cautelosamente y vieron, con sorpresa, que eran los dos pillos que se habían apoderado de la bolsa de oro. Catalina comenzó a sentir que llevaba mucho peso encima. Suplicó a su marido que sacase las nueces, y Federico comenzó a arrojarlas con furia sobre las cabezas de los facinerosos, quienes, asustados, dijeron: “¡Está granizando!”

Al poco tiempo, Catalina quiso librarse del peso del vinagre y así se lo suplicó a su marido. Federico lo arrojó desde lo alto del árbol y los bandidos dijeron: “¡Está lloviendo!”

Catalina dijo que ya no podía soportar el peso de la puerta y Federico arrojó la puerta sobre los pillos, con inmensa furia. Los bandidos huyeron enloquecidos, pidiendo socorro a gritos. Pero en la huida dejaron el bolsito con las monedas de oro que habían robado. Cuando bajaron del árbol Catalina y Federico, comprobaron que su oro estaba completo y se dieron un fuerte abrazo. Federico reflexionó: “¡Qué mayor felicidad! Recuperar el dinero intacto aunque la mujer sea tonta”.


Hnos. Grimm

12 comentarios:

  1. Este cuento estaba buscando, gracias por subirlo con gráficos.

    Muy buen cuento!!

    ResponderEliminar
  2. Gracias!! Siempre me encantó este cuento. Casi 19 años y aún lo disfruto

    ResponderEliminar
  3. Hola, que tal si tiene el libro y como se llama te lo agradecería, y si tienes el de la princesa de troncolen me harías muy feliz.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. http://elblogdeethel.blogspot.com/p/cuentos.html?m=1

      Eliminar
  4. Hola, por favor cuál es el nombre del libro?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. http://elblogdeethel.blogspot.com/p/cuentos.html?m=1

      Hola, disculpa la demora, el libro se llama Cuentos escogidos, aqui en este enlace está la portada del libro. Gracias por su visita

      Eliminar
    2. Quisiera el nombre del libro donde trae los cuentos: un ojito,dos ojitos tres ojitos, bolita, la princesa de tronco len, la vendedora de fósforos y otros me haría muy feliz tenerlo y compartir a mi hijos los cuentos de mi niñez

      Eliminar
    3. Tengo el tomo donde esta Bolita pero no esta aquí cuando vaya a casa de mi mamá le tomo foto y te lo paso. Mi correo es jalinepin@gmail.com escribeme ahi para tenerte de contacto.

      Eliminar
  5. Mi cuento preferido recuerdo que se llamaba libro de cuentos escogidos y tenìa en la portada como un duende con gorro rojo. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si, ese es el libro, cuentos hermosos que marcaron mi infancia

      Eliminar
    2. El del.duende rojo lo tienes? Ese es el tomo 1 y no hay por ningún lado. Mi esposo me encontró del 2 al 5 en Bolivia.

      Eliminar
    3. Disculpa pero por favor me puedes decir en que ciudad y lugar exactos de Bolivia encontraron el libro de cuentos escogidos? Y si alguien tiene en pdf, por favor podrían dejar.

      Eliminar